Hoy comparto con ustedes la segunda de cuatro partes en una serie de escritos sobre el divorcio, causas y consecuencias. Este día tocaré un tema que es quizá el más delicado para aquellos que consideran divorciarse o que ya han pasado por ese trance: Los hijos y el divorcio.
En la mayoría de los estudios y libros sobre el tema, se coincide en analizar la problemática con relación a dos aspectos: los llamados “efectos sociales” para los hijos y los llamados “efectos emocionales”.
En la parte social: los hijos que viven el proceso de divorcio de sus padres enfrentarán una pérdida del poder adquisitivo de su familia; cambio de casa, escuela y amigos; cambio en la aceptación por parte del grupo social al que pertenecen y convivencia forzada con miembros de la familia.
Algo elemental que se deja de lado al iniciar un proceso de divorcio es que ahora se requerirán recursos para sostener dos casas, cuando antes los gastos se compartían y había un solo techo. Esto implicará más restricciones de las habituales en el aspecto material de la vida y ayudará a darle una connotación negativa mayor al proceso de separación que la familia está viviendo. También es muy probable que los hijos deban pasar por un cambio de casa y en ocasiones de ciudad, por lo que deberán dejar su escuela y amigos. Esas transiciones sociales son normalmente difíciles y requieren de un período de adaptación en el que la persona debe hacer uso de sus capacidades sociales para integrarse en el menor tiempo posible y reduciendo la ansiedad que el cambio produce; cuando esto se da producto de un divorcio, la capacidad de hacerle frente al cambio disminuye porque “los recursos emocionales” están dedicados a los padres y la pérdida, y por ello se dispone de menos para ser fuerte ante el nuevo entorno social. Desgraciadamente, producto de prejuicios sociales o religiosos, otro reto social es que a los hijos de padres divorciados se les señala y no se les trata igual en algunos ámbitos. Hay ambientes conservadores que los estigmatizan y que buscan evitar que convivan con los hijos de matrimonios que se mantienen unidos; hay también, en el otro extremo, personas que por tratar de apoyar al hijo de padres divorciados, le consienten actitudes que a otros niños “normales” no le permitirían y eso hace que el niño desarrolle conductas negativas al verse estimulado a ello. Finalmente, el divorcio puede llevar a los niños a convivir con abuelos o tíos que antes no veían tan seguido, por el hecho de que su padre/madre trabaja y no tiene el tiempo suficiente para cuidarlos. Estos familiares no necesariamente los reciben con apertura y amor y eso puede causar también un daño al estado del hijo.
En la parte emocional: los hijos tienden a pensar que de su “buen desempeño” depende que el matrimonio siga unido; alimentan la fantasía de que su padres en algún momento volverán a estar juntos; a los que se les permite tomar el rol del padre/madre ausente, tendrá luego problemas para tener una pareja.
Varía en función de la edad de los hijos al momento del divorcio, pero la mayoría tiende a pensar que si arregla su cuarto, que si cumple en la escuela, que si gana un torneo deportivo, que si deja de salir tarde por las noches o que si deja de fumar o beber, sus padres no se divorciaran. Esto lo motiva su falta de comprensión sobre las razones de fondo para la ruptura, su falta de experiencia con las relaciones de pareja y la vivencia de discusiones familiares en las que se le regañó por su desempeño. Esa combinación despierta un sentido de culpa que se debe trabajar mucho para superar. También los hijos sufren emocionalmente porque desean que los padres se vuelvan a juntar y en cada reunión, aun las que son parte del trámite del divorcio, ellos ven una posibilidad de regreso. Si los padres conviven bajo un mismo techo, el grado de confusión será mayor. Otro problema emocional que se experimenta es producto del deseo que muchos hijos tienen de tomar el lugar de quien se fue y que, infortunadamente, muchos padres permiten que suceda. Los niños toman actitudes que van desde sentarse en la silla donde se sentaba el ausente, dormir en su cama, hasta exigir al padre/madre un horario de llegada, modo de vestir y veto en sus amistades. La parte más complicada de esto último, es que a esos hijos les costará mucho trabajo tener una pareja porque en su inconsciente, el padre/madre que controlan es ya su pareja.
En la mayoría de los escritos sobre el tema hay una serie de recomendaciones que considero necesario atender para reducir, en lo posible, el daño a los hijos durante y después de un proceso de divorcio. La lista incluye cosas como no usar a los hijos como mensajeros (no mandarle los mensajes duros al ex con un hijo); no criticar a la expareja ni enfatizar lo negativo de ella con los hijos; no hacer equipo con los hijos para dañar a la expareja y en general, no usarlos como un instrumento para atacar a la expareja.
Es crítico que los padres se ocupen de los hijos para que ellos no hagan del divorcio un sinónimo de abandono. En las nuevas circunstancias se vuelve más importante cumplir lo que se promete porque los hijos estarán más atentos a todas y cada una de las palabras y el impacto emocional de los incumplimientos será magnificado, cuidando no sobre-compensar porque también puede darse el caso de que los hijos chantajeen a los padres y obtengan más de lo que deben, con la excusa del dolor que les produjo la separación.
Finalmente, les comparto una cita de Martha Alicia Chávez tomada de su libro Consejos para padres divorciados: “No es el divorcio en si lo que les arruina la vida a los hijos, sino el desamor de los padres, el abandono y el pésimo manejo que muchos hacen del proceso… y, aún cuando los hijos estuvieran de acuerdo con el divorcio por lo disfuncional, conflictiva y dolorosa que pudiera ser la relación de sus padres, vivirán un proceso de duelo.”
Este tema me llevó a pensar en lo que deben trabajar los padres de manera especial en materia de educación con sus hijos cuando pasan por un proceso de divorcio y para ello espero contar con su lectura la próxima semana.
Seguimos.
En la mayoría de los estudios y libros sobre el tema, se coincide en analizar la problemática con relación a dos aspectos: los llamados “efectos sociales” para los hijos y los llamados “efectos emocionales”.
En la parte social: los hijos que viven el proceso de divorcio de sus padres enfrentarán una pérdida del poder adquisitivo de su familia; cambio de casa, escuela y amigos; cambio en la aceptación por parte del grupo social al que pertenecen y convivencia forzada con miembros de la familia.
Algo elemental que se deja de lado al iniciar un proceso de divorcio es que ahora se requerirán recursos para sostener dos casas, cuando antes los gastos se compartían y había un solo techo. Esto implicará más restricciones de las habituales en el aspecto material de la vida y ayudará a darle una connotación negativa mayor al proceso de separación que la familia está viviendo. También es muy probable que los hijos deban pasar por un cambio de casa y en ocasiones de ciudad, por lo que deberán dejar su escuela y amigos. Esas transiciones sociales son normalmente difíciles y requieren de un período de adaptación en el que la persona debe hacer uso de sus capacidades sociales para integrarse en el menor tiempo posible y reduciendo la ansiedad que el cambio produce; cuando esto se da producto de un divorcio, la capacidad de hacerle frente al cambio disminuye porque “los recursos emocionales” están dedicados a los padres y la pérdida, y por ello se dispone de menos para ser fuerte ante el nuevo entorno social. Desgraciadamente, producto de prejuicios sociales o religiosos, otro reto social es que a los hijos de padres divorciados se les señala y no se les trata igual en algunos ámbitos. Hay ambientes conservadores que los estigmatizan y que buscan evitar que convivan con los hijos de matrimonios que se mantienen unidos; hay también, en el otro extremo, personas que por tratar de apoyar al hijo de padres divorciados, le consienten actitudes que a otros niños “normales” no le permitirían y eso hace que el niño desarrolle conductas negativas al verse estimulado a ello. Finalmente, el divorcio puede llevar a los niños a convivir con abuelos o tíos que antes no veían tan seguido, por el hecho de que su padre/madre trabaja y no tiene el tiempo suficiente para cuidarlos. Estos familiares no necesariamente los reciben con apertura y amor y eso puede causar también un daño al estado del hijo.
En la parte emocional: los hijos tienden a pensar que de su “buen desempeño” depende que el matrimonio siga unido; alimentan la fantasía de que su padres en algún momento volverán a estar juntos; a los que se les permite tomar el rol del padre/madre ausente, tendrá luego problemas para tener una pareja.
Varía en función de la edad de los hijos al momento del divorcio, pero la mayoría tiende a pensar que si arregla su cuarto, que si cumple en la escuela, que si gana un torneo deportivo, que si deja de salir tarde por las noches o que si deja de fumar o beber, sus padres no se divorciaran. Esto lo motiva su falta de comprensión sobre las razones de fondo para la ruptura, su falta de experiencia con las relaciones de pareja y la vivencia de discusiones familiares en las que se le regañó por su desempeño. Esa combinación despierta un sentido de culpa que se debe trabajar mucho para superar. También los hijos sufren emocionalmente porque desean que los padres se vuelvan a juntar y en cada reunión, aun las que son parte del trámite del divorcio, ellos ven una posibilidad de regreso. Si los padres conviven bajo un mismo techo, el grado de confusión será mayor. Otro problema emocional que se experimenta es producto del deseo que muchos hijos tienen de tomar el lugar de quien se fue y que, infortunadamente, muchos padres permiten que suceda. Los niños toman actitudes que van desde sentarse en la silla donde se sentaba el ausente, dormir en su cama, hasta exigir al padre/madre un horario de llegada, modo de vestir y veto en sus amistades. La parte más complicada de esto último, es que a esos hijos les costará mucho trabajo tener una pareja porque en su inconsciente, el padre/madre que controlan es ya su pareja.
En la mayoría de los escritos sobre el tema hay una serie de recomendaciones que considero necesario atender para reducir, en lo posible, el daño a los hijos durante y después de un proceso de divorcio. La lista incluye cosas como no usar a los hijos como mensajeros (no mandarle los mensajes duros al ex con un hijo); no criticar a la expareja ni enfatizar lo negativo de ella con los hijos; no hacer equipo con los hijos para dañar a la expareja y en general, no usarlos como un instrumento para atacar a la expareja.
Es crítico que los padres se ocupen de los hijos para que ellos no hagan del divorcio un sinónimo de abandono. En las nuevas circunstancias se vuelve más importante cumplir lo que se promete porque los hijos estarán más atentos a todas y cada una de las palabras y el impacto emocional de los incumplimientos será magnificado, cuidando no sobre-compensar porque también puede darse el caso de que los hijos chantajeen a los padres y obtengan más de lo que deben, con la excusa del dolor que les produjo la separación.
Finalmente, les comparto una cita de Martha Alicia Chávez tomada de su libro Consejos para padres divorciados: “No es el divorcio en si lo que les arruina la vida a los hijos, sino el desamor de los padres, el abandono y el pésimo manejo que muchos hacen del proceso… y, aún cuando los hijos estuvieran de acuerdo con el divorcio por lo disfuncional, conflictiva y dolorosa que pudiera ser la relación de sus padres, vivirán un proceso de duelo.”
Este tema me llevó a pensar en lo que deben trabajar los padres de manera especial en materia de educación con sus hijos cuando pasan por un proceso de divorcio y para ello espero contar con su lectura la próxima semana.
Seguimos.
que puntos tan interesantes estare en contacto me interesa mucho este tema
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