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El divorcio es un proceso doloroso.

La semana pasada dije que se vale terminar una relación cuando el respeto a la dignidad de la persona se ha perdido. Con ello inicié un camino sobre lo que viene después de tomar la decisión de terminar formalmente un matrimonio. Hoy empiezo entonces una serie de cuatro escritos en los que me ocuparé de ciertas ideas en torno al divorcio, su proceso, sus consecuencias y el nuevo estado de vida.

La ruptura del vínculo conyugal tiene cuatro etapas. Primera, la decisión. Normalmente la toma un miembro de la pareja que está cansado de soportar meses o años de disputas, desilusiones, ofensas y frustraciones. El ser el tomador de la decisión hace que la persona experimente sentimientos de culpa, aislamiento, que tenga dificultades para atender otros temas y, en algunos casos, que sufra ansiedad e incluso depresión. Segunda, el planeamiento de la ruptura. Aquí se hace explícita la decisión tomada y se hacen propuestas para la repartición del patrimonio y acuerdos sobre el futuro de los hijos. Esta es quizá la etapa más difícil del proceso porque es casi imposible tener un acuerdo al 100% en las condiciones de la separación y por ello es común que se vivan peleas, que se de la descalificación mutua y que afloren los sentimientos y las conductas agresivas. Tercera, la separación. Esta, al convertir el rompimiento en un hecho tangible, se convierte en el paso inicial para la aceptación de la pérdida de la relación de la pareja y la unidad familiar. Se sufre una desorientación emocional ante la imposibilidad de coordinar la convivencia con afectos y vínculos preexistentes a la separación; hijos, familiares políticos y amigos, a los que no se sabe cómo tratar producto del nuevo estado de vida. Cuarto, la desvinculación. Esta implica la renuncia a la fantasía de reunificación, el trabajo para reconstruir la imagen positiva (internamente y desde el punto de vista emocional) de quien se ha divorciado, así como la creación de nuevos vínculos, incluido el comenzar a pensar en una nueva relación de pareja.

Una vez que se ha tomado la decisión de divorciarse, es necesario tener en cuenta que hay 2 causas que justifican dicho acto, desde el punto de vista civil. La primera, y desde el punto de vista procesal más sencilla, es el mutuo acuerdo. Si los cónyuges coinciden en que no es posible continuar con el matrimonio y no tienen objeciones para la separación, podrán llevarlo a cabo de esa manera. La ley hace una distinción para divorcios voluntarios cuando hay hijos de por medio y cuando no los hay. En este último caso al divorcio lo llama “administrativo”. La segunda, es la demanda unilateral del divorcio o el divorcio catalogado como necesario. Esto se da cuando se demuestra que uno de los cónyuges incurrió en violación grave de los deberes y obligaciones que le impone el matrimonio para con el cónyuge y los hijos que torne intolerable la vida en común y se incluye aquí la infidelidad, el abandono, el alcoholismo y la drogadicción.

El divorcio es un proceso doloroso. No importa que simplifiquemos con palabras una serie de acciones que parecen los pasos en el manual de ensamble de un producto; el divorcio es en casi la totalidad de los casos, el origen de problemas emocionales que terminan, en muchas ocasiones, desatando trastornos físicos.

Somos seres con emociones, pensamientos y sentimientos. Cuando experimentamos la emoción de la ruptura, se vuelve casi inevitable pensar en la palabra fracaso por no haber logrado mantener un matrimonio exitoso y luego padecer sentimientos de culpa por el daño que causamos a otros, especialmente si hay hijos de por medio y sentimientos de coraje o enojo hacia quien consideramos responsable de la situación, sin descartar que pueden ser dirigidos a uno mismo.

El duelo es un proceso normal que se vive frente a una pérdida. Cuando vivimos la pérdida del matrimonio, tendremos que vivir un período de duelo. Es inevitable. No hay un plazo en tiempo que sea uniforme para todas las personas, pero lo que es seguro, es que quien se divorcia vivirá semanas, meses o incluso años extrañando el vínculo roto y todas las relaciones y rutinas asociadas a él. Es curioso y muy importante resaltar que somos dados, con el tiempo y superado el proceso de duelo, a olvidar lo negativo o reducir su importancia, mientras que empezamos a exaltar lo positivo e incluso idealizarlo. Esto último puede volver especialmente difícil para el reinicio de una nueva vida. Muchos lo llaman el auto-sabotaje.

Triste admitirlo, pero hay condiciones por las cuales se vale terminar. Una vez resuelto el divorcio, cobran vida las preguntas que en la mente de los cónyuges vivían desde tiempo atrás: ¿Cómo va a afectar todo esto a los hijos? ¿Qué cambios o adaptaciones requerirá su educación? ¿Cómo iniciar una nueva vida? ¿Qué implicaciones tendrá para mi nueva vida la relación con mis hijos y mi expareja? Y sobre las respuestas escribiré los próximos tres domingos.

Seguimos…

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