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47 vueltas

Me gusta la ciencia ficción. Se disparan mis sueños cuando pienso que, sobre una roca gigantesca, flotando en la nada, he completado 47 vueltas alrededor de mi estrella. Pero luego se acaban los cuentos interestelares: el tiempo se siente. Las rodillas y la espalda no mienten. Tampoco la calva y las pocas canas. O los lentes. ¡Los benditos lentes con 3 graduaciones y que en ninguna enfoco! La vida nos va cansando de a poco; es como un insecto que muerde una hoja. Al principio, casi no notas los agujeros, pero después de un descuido, casi no queda hoja. Así la vida. Hora tras hora, sin sentir en el momento, vas agotando la preciosa cuenta y al hacer un alto, hay más hacia atrás que hacia adelante.
El futuro se ve hermoso, no lo niego. Me ilusiona. Todo lo que está por venir pinta para llenar los cajones reservados a los mejores recuerdos. Que si la casa, el negocio o los hijos grandes. Todo mañana tiene rostro de triunfo y sonrisa.

La conciencia de tantas vueltas genera una urgencia: quiero crear un registro. Necesito dejar unos signos que acompañen mi ausencia; muchos, pues será larga cuando llegue. He estado buscando con afán registros sobre los que me precedieron y me doy cuenta que hay poco. No son tantas las fotos, ni las cartas. Ni siquiera actas. Las conversaciones con los mayores no incluyen a más de dos escalones. ¿Y los otros? No están y no les recordamos. Tan sólo un nombre, dos fechas y la nostalgia de coincidir en tierra o apellido. Pero no más. Y no quiero eso para mí o los que amo. Deseo ordenar lo que anoto para dejarlo a mano por si escalones abajo, hay curiosos como yo que desean saber de dónde vienen y quiénes fueron los que estuvieron antes en esta hermosa y solitaria roca azul.

Doy gracias por lo que tuve, por lo que tengo y soy. Doy gracias sobre todo por lo que vendrá. Deseo con todo mi corazón abrazar el futuro y seguir registrando giros, muchos, mientras las estrellas llenan mis ojos.



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