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La Herencia

- Desde que andas detrás del Esenio te has convertido en un farsante; ahora me vienes con historias de piedad y perdón, cuando durante años no has hecho otra cosa que pelear conmigo la herencia de nuestro Padre…
- Yo no peleo contigo, sólo quiero que respetes mi derecho. Si nuestro Padre viviera…
- Pues ya te dije que sus palabras aquel día fueron producto de la demencia que provoca la agonía. Yo soy el primogénito y por lo tanto, todo cuanto mi padre acumuló en su vida, me pertenece.
- No fue sólo en su lecho de muerte y lo sabes Jacobo. Sus últimos días fueron dedicados a convencerte de que Yo también tengo derecho a cosechar lo que mi Padre, ayudado por nosotros desde nuestra infancia, sembró.

Y así pasaba los días, discutiendo con mi hermano al que no encontraba la manera de convencer. Aún siendo niños, trabajábamos los dos desde el amanecer para sembrar y cosechar el trigo. Cuidamos también el huerto y vendimos dátiles e higos. Por años.

Reconozco que los mejores recuerdos de mi infancia son precisamente esos días en los que mi hermano y yo nos sentíamos hombres porque cargábamos cada uno un costal de frutos y caminábamos hasta la ciudad para venderlos. Pasábamos junto al pozo, a poca distancia ya del mercado, y mi hermano sonreía a las mujeres que se aprestaban a darnos agua aun antes de que la pidiéramos. Me decía que el padre de cualquiera de ellas nos la entregaría gustoso al ver lo mucho que trabajábamos y lo vasto que era el almacenaje de mi Padre aún después de las ventas. Podríamos incluso escoger a la de mejor dote, llegado el día. Al acercarnos al mercado, nos defendíamos de los ladrones mejor que los grandes. Yo era veloz escapando de sus manazas y mi hermano tenía ya la fuerza para empujarlos y darnos el tiempo suficiente para correr. Luego, los mercaderes trataban de darnos cualquier cosa por nuestros costales, pero sabíamos de precios y sobre todo, sabíamos lo que valía nuestra carga; no había dátiles e higos como los nuestros. Nuestro Padre decía que sus frutos llegaban por mar a las mesas más dignas en Roma. Ya con el dinero, caminábamos de regreso a casa sintiéndonos reyes. Nos abrazábamos y Jacobo me decía cuántas cosas haríamos juntos el resto de nuestra vida. Viviríamos con nuestras familias en el mismo terruño. Sus hijos y mis hijos venderían un día el fruto de nuestra herencia. Siempre juntos.

- Yo se que no quieres escucharme, pero debes permitir que alguien sin interés en lo nuestro, dirima las diferencias.

- No Samuel, no voy a someterme a más autoridad que la última voluntad de nuestro Padre.

Estaba muy cansado. Como tantos desposeídos, empecé a seguir a un Maestro humilde y que juzgaban poco preparado, pero que explicaba la escritura mejor que cualquiera a quien hubiera yo escuchado en la sinagoga. Me daban ganas de dejarlo todo cuando estaba con Él. Pero no era justo que me quedara en la miseria. Si tan sólo pudiera tenerlo frente a mi cuando mi hermano estuviera conmigo, Jacobo no podría resistirse. Su voz tiene autoridad, como la de un Rey. Me he dado cuenta que cuando fija su mirada en alguien, la fuerza que destella en sus ojos derribaría cualquier muro. Ha puesto en su lugar a recaudadores y religiosos. Si pudo con ellos, ¡Vaya que si podrá con mi hermano! Jacobo no es malo, sólo está confundido. Necesita que alguien le recuerde nuestros planes y sueños. Me dicen que Él puede leer la mente y traer los más bellos recuerdos frente a tus ojos, como si los estuvieras viviendo de nuevo. Deseo que haga eso con mi hermano. Yo lo escucho y me parece que no existiera nada alrededor, sólo Él, su voz y Yo. Aunque no me acerco mucho porque pasa algo entorno a su persona, como si el aire se detuviera unos pasos antes de tocar su túnica, y eso me pone nervioso. Pierdo las ganas de pelear cuando camino tras Él, pero no las de trabajar con mi hermano para que todo siga como cuando mi Padre vivía. Eso es lo que más quiero. Yo sé que Él puede ayudarme para conseguirlo. Lo he platicado con Judas y me ha dicho que cuente con su ayuda. Voy a invitar a Jacobo a la sinagoga. Le pediré que me acompañe y ahí nos cruzaremos con Él. Ahí lo vamos a resolver.

- Me da gusto que me invites a la sinagoga Samuel. Así es como deberían ser las cosas. Vivir en paz entre hermanos y aceptar la última voluntad de nuestro Padre.

- Te prometo que después de este día, no habrá más reclamos de mi parte.

Lo llevaba tomado firmemente del brazo, no quería que Jacobo se me fuera a escapar. Quise acercarlo a Él y sin soltarlo, gritar a una distancia no muy lejana, como me aconsejaron, para no darle tiempo a mi hermano de reaccionar. Todo se iba a arreglar. Estaba seguro.

- ¡Maestro! ¡Dí a mi hermano que parta conmigo la herencia!

- Hombre, ¿Quién me ha puesto sobre ustedes como juez o partidor? Guárdense de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee… (continúa en Lc 12:16)

Comentarios

  1. me quede picado, espero la 2da. parte

    Saludos

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  2. si el objetivo era acercar a un lejano al libro sagrado. bien hecho
    si la idea era reclamar a la mente hacer un alto en el camino. felicidades
    si la intencion era que este turbio corazon tuviera dos minutos de paz a travez de unos ojos que leian que, a pesar de todo, estare bien. seguro!
    si no habia ninguna estrategia ni fin determinado, entonces alguien mas, quiza el mismo que me dice que no me preocupe tanto, sea el mismo que ayuda a tus dedos a empujar con sabiduria tu pluma.

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