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Volcán

La tierra se va a cansar un día de nosotros y nos va a sacudir cual rabo de toro a moscas insignificantes. Ella sabe su cuento y no se va a detener ante nada cuando llegue el momento; la tierra se quedó sin corazón desde los tiempos del negro vacío y no tiene excusa de enclenque para piedades no solicitadas.

Ella está aguardando el momento de vengar esas heridas que sobre su piel hicieron los amores pasionales venidos más allá del alfa; nada le va a dar más gusto que usar las mismas ventanas redondas de su carne por las que el corazón salió hirviente y vivo para darnos una lección que quede en el recuerdo de todos los que creemos que la podemos dañar o incluso, en el colmo de la soberbia, que la podemos destruir.

Las llagas que le quedan se elevan para no dejarnos olvidar que un día, no muy remoto, esas formas de mujer, elevadas y altivas, serán la fuente indomable de su ira. La fuente de sangre y dolor que se agranda con la rabia.

¿De qué le sirve querer engañarnos suavizando la cónica señal? ¡Valiente remedo de aureola que no puede impedir nuestra curiosidad cuando hurgamos desde las alturas! Nos hemos vueltos domadores de vientos, mineros de mares y exploradores de heridas con nombres que esconden nuestros pensamientos. Nombrar su sangre nos duele e inventamos colecciones de signos que juntos suenan suave para llamarla; nombrar sus heridas nos hace temblar e inventamos signos que suenen a presencia, a fuerza, a golpe y a verdad.

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