La literatura relacionada con el matrimonio aborda desde diversos enfoques y con distintos grados de profundidad el tema del sexo. Una idea en la que casi todos parecen coincidir, es en que no es factible entender al hombre y en especial, al hombre en el contexto de sus relaciones con los demás, sin darle valor a la estrecha unión de lo emocional y lo fisiológico.
Es difícil sustraerse a las conexiones que existen entre lo que nuestro cerebro procesa producto de las vivencias cotidianas y las reacciones que se producen en nuestro cuerpo. Esto último es un rasgo distintivo de nuestra compleja naturaleza humana. Somos capaces de procesar las emociones de una manera que va más allá de las meras reacciones instintivas que compartimos con el reino animal. Particularmente, los aspectos de nuestra vida relacionados con la sexualidad son mucho más que la manifestación de un impulso primitivo o elemental; son reflejo de nuestra falta de capacidad para vivir la soledad, nuestro gusto por el contacto físico, la necesidad de sentirnos deseados y la búsqueda de experiencias que nos den confianza.
Desde que nacemos estamos en contacto con nuestra sexualidad y la vamos madurando mediante educación y experiencias. Según los expertos en psicología, la madurez de la personalidad consiste, entre otras cosas, en conocer la sexualidad, saber para qué sirve y gobernarla. Cuando conectamos el concepto con el matrimonio, encontramos que la sexualidad conyugal es la expresión directa de la entrega de una persona a otra; es un vehículo de acercamiento y comprensión, un promotor de satisfacción compartida.
Como otros de los temas que he decidido abordar, “el sexo y el matrimonio” tiene una profundidad y amplitud que invitan a dedicarle varias publicaciones o decidir acotar las ideas a una estrecha porción del territorio. Yo he optado por esto último y me centraré en tres conceptos que desarrollaré con una mayor profundidad en las siguientes tres semanas.
Primero, el sexo no es el objetivo último, sino una de las diversas vías para el perfeccionamiento de la relación de pareja. Segundo, la “cosificación” del sexo nos lleva a cometer errores de vida graves, tanto antes como durante el matrimonio. Tercero, la compatibilidad sexual o falta de esta, tiene una estrecha relación con la madurez y profundidad de la relación conyugal. Esto último ha colaborado en la propagación de la “falacia de la relevancia”: se piensa que el sexo es lo más importante en una relación y se pierde de vista que es un elemento más en la escala de prioridades del matrimonio.
Respecto al primero, escribiré la siguiente semana sobre una idea que llamó poderosamente mi atención: el disfrute del sexo apenas si es considerado función primordial del matrimonio en ciertos grupos sociales, porque puede lograrse independientemente de éste; la fusión con necesidades afectivas, los deseos de unión duradera y el deseo de tener un hogar e hijos, son factores de mayor importancia en la creación de relaciones duraderas.
En cuanto al segundo, escribiré que "la cosificación" del sexo te lleva a dos errores fundamentales. Uno, antes del matrimonio: elegir equivocadamente (o rechazar) una pareja. Dos, durante el matrimonio: buscar relaciones fuera del vínculo conyugal por ver a la pareja como un objeto y al sexo como un deporte en el que hay que conseguir proezas. La idea central en dos semanas será pues, que el sexo fuera de una relación trascendente no aporta en el camino del crecimiento como persona.
Sobre el tercero, escribiré que cuando estamos en el proceso de maduración como personas tendemos a darle una importancia extraordinaria a uno o pocos ámbitos de nuestra vida. Es casi un rasgo distintivo de la adolescencia: nos apasionamos con la música y no hacemos otra cosa; nos encerramos con la computadora y nos aislamos del mundo; nos fascina un artista de moda y no pensamos en alguien más. Eso mismo nos está pasando hoy en día respecto al sexo: como parte de la inmadurez con la que muchos parecemos vivir, le damos una importancia extraordinaria al sexo y subordinamos el resto de los aspectos de nuestra vida y nuestras decisiones a esta actividad. El Psiquiatra y Autor Enrique Rojas ha escrito que “la compatibilidad sexual constituye una medida crítica de la capacidad que tienen dos personas para alcanzar una verdadera intimidad; es un índice de la seguridad y estabilidad del desarrollo de la personalidad”.
Al final, lo que pienso y sobre lo que estaré leyendo y escribiendo, es que el amor está por arriba de todos los aspectos, acciones y prácticas que se dan dentro del matrimonio en el transcurso de los años. Lo envuelve todo; le da sentido. Nada está más arriba, ni puede darse sin él. Como lo escribió Gregorio Marañón, y consta en el Tomo IX de sus Obras Completas: “Una mañana remota y memorable, cuya fecha representa infinitamente más para el progreso humano que todos los descubrimientos de nuestros siglos, ocurrió este maravilloso suceso: al levantarse el hombre, bronco e hirsuto, de su lecho de hierbas, después de haber cumplido con la hembra que estaba a su alcance la ley del instinto, reposado por el sueño de esa tristeza que invade al animal después de amar, se sintió transido por una tristeza mayor, que era el tener que abandonarla. Y volviéndose a ella, que aún dormía, brilló en sus ojos, desde el fondo de las cuencas redondas, por vez primera en la historia del mundo, una luz maravillosa que era el amor, que sólo se enciende cuando el ímpetu del instinto se ha apagado, porque se ha satisfecho”.
Es difícil sustraerse a las conexiones que existen entre lo que nuestro cerebro procesa producto de las vivencias cotidianas y las reacciones que se producen en nuestro cuerpo. Esto último es un rasgo distintivo de nuestra compleja naturaleza humana. Somos capaces de procesar las emociones de una manera que va más allá de las meras reacciones instintivas que compartimos con el reino animal. Particularmente, los aspectos de nuestra vida relacionados con la sexualidad son mucho más que la manifestación de un impulso primitivo o elemental; son reflejo de nuestra falta de capacidad para vivir la soledad, nuestro gusto por el contacto físico, la necesidad de sentirnos deseados y la búsqueda de experiencias que nos den confianza.
Desde que nacemos estamos en contacto con nuestra sexualidad y la vamos madurando mediante educación y experiencias. Según los expertos en psicología, la madurez de la personalidad consiste, entre otras cosas, en conocer la sexualidad, saber para qué sirve y gobernarla. Cuando conectamos el concepto con el matrimonio, encontramos que la sexualidad conyugal es la expresión directa de la entrega de una persona a otra; es un vehículo de acercamiento y comprensión, un promotor de satisfacción compartida.
Como otros de los temas que he decidido abordar, “el sexo y el matrimonio” tiene una profundidad y amplitud que invitan a dedicarle varias publicaciones o decidir acotar las ideas a una estrecha porción del territorio. Yo he optado por esto último y me centraré en tres conceptos que desarrollaré con una mayor profundidad en las siguientes tres semanas.
Primero, el sexo no es el objetivo último, sino una de las diversas vías para el perfeccionamiento de la relación de pareja. Segundo, la “cosificación” del sexo nos lleva a cometer errores de vida graves, tanto antes como durante el matrimonio. Tercero, la compatibilidad sexual o falta de esta, tiene una estrecha relación con la madurez y profundidad de la relación conyugal. Esto último ha colaborado en la propagación de la “falacia de la relevancia”: se piensa que el sexo es lo más importante en una relación y se pierde de vista que es un elemento más en la escala de prioridades del matrimonio.
Respecto al primero, escribiré la siguiente semana sobre una idea que llamó poderosamente mi atención: el disfrute del sexo apenas si es considerado función primordial del matrimonio en ciertos grupos sociales, porque puede lograrse independientemente de éste; la fusión con necesidades afectivas, los deseos de unión duradera y el deseo de tener un hogar e hijos, son factores de mayor importancia en la creación de relaciones duraderas.
En cuanto al segundo, escribiré que "la cosificación" del sexo te lleva a dos errores fundamentales. Uno, antes del matrimonio: elegir equivocadamente (o rechazar) una pareja. Dos, durante el matrimonio: buscar relaciones fuera del vínculo conyugal por ver a la pareja como un objeto y al sexo como un deporte en el que hay que conseguir proezas. La idea central en dos semanas será pues, que el sexo fuera de una relación trascendente no aporta en el camino del crecimiento como persona.
Sobre el tercero, escribiré que cuando estamos en el proceso de maduración como personas tendemos a darle una importancia extraordinaria a uno o pocos ámbitos de nuestra vida. Es casi un rasgo distintivo de la adolescencia: nos apasionamos con la música y no hacemos otra cosa; nos encerramos con la computadora y nos aislamos del mundo; nos fascina un artista de moda y no pensamos en alguien más. Eso mismo nos está pasando hoy en día respecto al sexo: como parte de la inmadurez con la que muchos parecemos vivir, le damos una importancia extraordinaria al sexo y subordinamos el resto de los aspectos de nuestra vida y nuestras decisiones a esta actividad. El Psiquiatra y Autor Enrique Rojas ha escrito que “la compatibilidad sexual constituye una medida crítica de la capacidad que tienen dos personas para alcanzar una verdadera intimidad; es un índice de la seguridad y estabilidad del desarrollo de la personalidad”.
Al final, lo que pienso y sobre lo que estaré leyendo y escribiendo, es que el amor está por arriba de todos los aspectos, acciones y prácticas que se dan dentro del matrimonio en el transcurso de los años. Lo envuelve todo; le da sentido. Nada está más arriba, ni puede darse sin él. Como lo escribió Gregorio Marañón, y consta en el Tomo IX de sus Obras Completas: “Una mañana remota y memorable, cuya fecha representa infinitamente más para el progreso humano que todos los descubrimientos de nuestros siglos, ocurrió este maravilloso suceso: al levantarse el hombre, bronco e hirsuto, de su lecho de hierbas, después de haber cumplido con la hembra que estaba a su alcance la ley del instinto, reposado por el sueño de esa tristeza que invade al animal después de amar, se sintió transido por una tristeza mayor, que era el tener que abandonarla. Y volviéndose a ella, que aún dormía, brilló en sus ojos, desde el fondo de las cuencas redondas, por vez primera en la historia del mundo, una luz maravillosa que era el amor, que sólo se enciende cuando el ímpetu del instinto se ha apagado, porque se ha satisfecho”.
Felicitaciones Gilberto! Cuanta verdad encierra tu nota sobre sexo y matrimonio, no hay más que ver a nuestro alrededor y pensar: ¿Dónde quedó el amor en las jóvenes parejas que, debido al impulso sexual quedan atrapadas en una compromiso no deseado? Los valores y la madurez nos permiten pensar con claridad sobre nuestro futuro y lo que deseamos de aquella persona que amamos, para compartir lo mejor que tenemos: la vida.
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