Con el paso de los días y los años, vamos tomando consciencia de lo mucho que han hecho por nosotros. Vamos recordando al ver las fotografías, los vídeos o simplemente al charlar en una sobremesa sobre las anécdotas del pasado, todas esas ocasiones en las que con un pequeño detalle o con el deslumbrante regalo, nos dijeron cuánto nos amaban.
Lo primero que pude valorar sobre mi infancia al mirar atrás, es que mi Padre estuvo ahí. Suena simple, pero hoy sé que es un privilegio que no todos pueden presumir. Su tiempo lo dedicó a estar con nosotros, sus hijos. No había más para él. Las tardes en el deportivo, en el estadio de la liga pequeña de beis-ball, en las lecciones de karate, los fines de semana en el fútbol; siempre estuvo ahí.
Siempre apoyó mis iniciativas. Creo sin duda que eso es un factor para que yo hoy vaya por la vida convencido que soy capaz de lograr todo lo que me proponga. A los siete años me compró un requinto porque yo quería aprender a tocar guitarra. En cuanto avancé, en un viaje a Saltillo me compró una valenciana hermosa y de gran calidad que hasta la fecha conservo. Mi computadora, el equipo de catcher, los guantes de portero, la raqueta... su presencia y los instrumentos necesarios para que yo fuera tras mis sueños de niño.
Cuando llegó el momento de la Universidad, me pasó como quizá a muchos. tenía yo 16 años y al estar fuera de mi casa por primera vez, sentí nostalgia y llamaba por teléfono los lunes, pidiendo permiso para regresarme a casa entre lágrimas. "Aguanta hasta el miércoles, ese día te regresas". Llegaba el miércoles y su voz en el teléfono consolaba diciendo: "Ya sólo faltan dos días para el viernes, aguanta y nos vemos el fin de semana". El sábado, me decía con pocas palabras y mucho amor, que debía ser fuerte, que pronto iba a pasar esa etapa, que todo estaría bien. Y así fue. Hoy me pregunto ¿Y si me hubiera regresado? ¿Y si mi Padre no me hubiera impulsado a quedarme en Monterrey? ¿Qué hubiera sido de mi vida?
No caben aquí todas las historias. Su apoyo para que estudiara una carrera, sus consejos cuando decidí casarme, su presencia constante en mi aventura en Reino Unido y su soporte en cada uno de los negocios que he emprendido.
Hace dos semanas, pasó todo el día trabajando conmigo en un negocio que tengo. Lo hizo una vez más: estuvo ahí, como siempre, para mi.
A lo largo de mi vida le he escrito algunas cartas. También le he dicho directamente cuánto lo amo y lo admiro. Nunca me he perdido el placer de acompañarlo en sus momentos importantes y de darle un abrazo y un beso al final del día. Así es y así será por muchos años más. Estoy convencido.
Hoy escribo un poco, además de hacerlo para él, para ustedes que me hacen el favor de leer. Hoy quiero decirles con amor, satisfacción y orgullo: TENGO A MI PADRE.
Estupendo, de lo mejor.
ResponderEliminarSaludos,
Antonio Castillo V.
me encanto, esta super bonito todo lo que dices, me hizo llorar!!! los kiero mucho!.. Raquel
ResponderEliminarMe gusto tu escrito, muy emotivo y muy real, no te envidio porque es el mismo papa y afortunadamente el supo estar para cada uno de diferente manera, como dices gracias a Dios siempre ha estado ahi y gracias a este apoyo somos en gran parte lo que hoy con orgullo somos!
ResponderEliminarHermoso regalo, felicidades hermano y sobrino, un abrazo aydee
ResponderEliminar